UN RELATO SOLIDARIO por Carlos Jimenez

-CAPÍTULO I-

Me  gustaría compartir con quien quiera leer estas líneas las sensaciones y experiencias que viví en el campo de refugiados saharauis de Smara durante la semana santa de 2010.Tuve que volar haciendo una escala técnica en Argel, luego continuar hasta Tinduf (Argelia) la ciudad más grande en los alrededores de los campamentos saharauis.Llegamos de madrugada al aeropuerto, allí nos esperaban la familia de Marta, mi compañera y guía en esta enorme aventura, que hoy, aquí en España, reconozco como la experiencia más importante e impactante de mi vida.

Para llegar a Smara, nuestro destino, cogimos un autobús que en sus días mozos perteneció a una ruta de Santander, hicimos una hora de trayecto por uno de los desiertos más duros del planeta. Esa noche no había luna llena, faltaban dos días, pero ya alumbraba bastante, lo que agradecí para poder orientarme un poco.Cuando llegamos a la plaza de Smara,, Daryhala y Mohamed nos llevaron al protocolo (su ayuntamiento) porque al no tener país no pueden tener un ayuntamiento como tal.Despertaron al personal y con una mezcla de sonidos guturales inéditos para mí, notificaron que dos familiares españoles iban a pasar una semana en su casa.Cuando al fin llegamos, la noche tocaba su fin y de unos altavoces lejanos salían los mismos sonidos, pero ahora estos sonidos llamaban a la Oración.Nos acostamos, yo no dormí mucho, las sensaciones que corrían por mi cuerpo no me dejaban parar quieto, esa noche no era yo el que roncaba.

Ya de día, empecé a analizar cuanto había a mí alrededor.Las casas que forman los campamentos son, en su mayoría de ladrillos de barro secados al sol, todas con distintas habitaciones y una Jaima.La estancia en la que yo estaba era un rectángulo de unos 10 metros de largo por 5 de ancho con ventanucos en las paredes a un metro de altura y una puerta de hierro. Por dentro las paredes eran blancas y por fuera se veía que eran ladrillos de barro, los techos eran altos, había una mesa pequeña, un mueble con fotos en una vidriera y una tele que todavía no sé si funcionaba.

El  suelo estaba forrado de alfombras y en dos paredes haciendo “L” había varios colchones individuales en los que dormíamos en fila india, éstos eran bastante cómodos.Me aseé como un saharaui, que no es fácil, y desde ese instante me cambiaron los hábitos de vivir en occidente.Salí al patio, lo formaban cuatro habitaciones como la anterior más una Jaima, el suelo de arena fina color rojizo y una suavidad que no se encuentra ni en las mejores playas. Una de las habitaciones es la cocina, otra el trastero (para que os hagáis una idea) luego el dormitorio, el servicio y la Jaima, que hace de salón.Durante todos los días hizo mucho calor por el día y las noches eran muy agradables, sobre todo si mirabas hacia el cielo mientras tomabas un té maravilloso con mi familia saharaui.La familia la componen: Enguia, la madre y sus hijos Daryahala, Jaltún, Mohamed, Jalifa, Senia ( estudia en Argelia) y la mayor que está en España.. Esta familia, al igual que otros muchos saharauis, lleva 34 años refugiada en el desierto, con unas carencias de los derechos humanos que nadie que conozco, creo podría soportar.  Los días que estuve allí me demostraron, que aún con todas esas carencias, son: tenaces, duros, inteligentes, cariñosos y felices.Pertenecen al campamento de refugiados de Smara, uno de los más grandes del Sahara. Tienen escuela, un mercado grande, ellos lo llaman “el Corte Ingles” , talleres de coches, “parada de taxis” (muchos se dedican a ello con sus coches particulares), familias que tienen cabras y algunos hasta un camello... (Continuará).

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